“Ahora que tengo tiempo, pues a forgar”
Voy a poner las gafas, que si no no te oigo”. Vicente lo dice como un juego de palabras y sonríe al ver cómo miras mientras se pone, como anunció, las gafas. Pero ya te aclara su mujer. “Él, de otra manera, está bien pero oye algo mal y en la patilla de las gafas tiene el aparato, por eso lo dice”, explica su mujer, Aurelia Barreda, siempre atenta a la conversación por si a su marido se le escapa algo.
El volumen de la radio, “yo soy muy de Luis del Olmo”, delata los problemas de oído, pero Vicente no interrumpe por nada su afán por seguir trabajando la madera. “El día que tengo que ir al sintrón, el resto aquí lo paso en este taller o como le quieras llamar, que ya ves que lo tengo todo por la pared y por el suelo, depende de lo que me de por hacer o de la madera que me hayan dejado”.
Y allí, en el taller o lo que sea, como dice Vicente, va apilando los trabajos más diversos: sillas minúsculas, cuadros con cualquier recorte dentro, martillos de madera para la carne y, sobre todo, cucharas, de todos los tamaños y modelos. “Esto de las cucharas es muy entretenido y, además, no te tienes que fijar mucho, nada más es ir haciendo y haciendo”.
Y te va enseñando los últimos trabajos, te anima a que lleves algo pues, insiste, “jamás he hecho nada por lucro, a mi me dan la madera y yo hago estas cosas mías”.
Y saca del bolso del mandilón azul la estrella de su trabajo. “Les voy a hacer magia”. En una especie de cartera hecha con dos tablas de cesta de frutas y con unas cintas te manda colocar un billete, simplemente posado. “A ver que pide el juego. Ábralo a ver qué ocurre”.
Y lo que te encuentras es que las cintas han atrapado tu billete, “por lo que debería quedármelo, pero sólo era un juego”.
Y sigue a sus cosas. Explica que por las tardes le acompañan en su taller las mujeres que juegan allí a las cartas y, sobre todo, recuerda que esto sólo es una especie de entretenimiento. “¿Qué tiene que ver esto con el trabajo?, nada, esto no tiene nada que ver con lo que tenemos pasado aquí con el campo, con el ganado, con el estraperlo, aquella época fue muy dura, que aquí donde me ve, menudo que soy, ¡menudo que era para el trabajo!”.
Trabajó mucho y nada más jubilarse el corazón le mandó un aviso. “Pues ahora a cuidarse y a forgar algo por la madera, que yo, de otra manera, estoy bien”.
- Está muy bien; corrobora Aurelia, siempre atenta.
El volumen de la radio, “yo soy muy de Luis del Olmo”, delata los problemas de oído, pero Vicente no interrumpe por nada su afán por seguir trabajando la madera. “El día que tengo que ir al sintrón, el resto aquí lo paso en este taller o como le quieras llamar, que ya ves que lo tengo todo por la pared y por el suelo, depende de lo que me de por hacer o de la madera que me hayan dejado”.
Y allí, en el taller o lo que sea, como dice Vicente, va apilando los trabajos más diversos: sillas minúsculas, cuadros con cualquier recorte dentro, martillos de madera para la carne y, sobre todo, cucharas, de todos los tamaños y modelos. “Esto de las cucharas es muy entretenido y, además, no te tienes que fijar mucho, nada más es ir haciendo y haciendo”.
Y te va enseñando los últimos trabajos, te anima a que lleves algo pues, insiste, “jamás he hecho nada por lucro, a mi me dan la madera y yo hago estas cosas mías”.
Y saca del bolso del mandilón azul la estrella de su trabajo. “Les voy a hacer magia”. En una especie de cartera hecha con dos tablas de cesta de frutas y con unas cintas te manda colocar un billete, simplemente posado. “A ver que pide el juego. Ábralo a ver qué ocurre”.
Y lo que te encuentras es que las cintas han atrapado tu billete, “por lo que debería quedármelo, pero sólo era un juego”.
Y sigue a sus cosas. Explica que por las tardes le acompañan en su taller las mujeres que juegan allí a las cartas y, sobre todo, recuerda que esto sólo es una especie de entretenimiento. “¿Qué tiene que ver esto con el trabajo?, nada, esto no tiene nada que ver con lo que tenemos pasado aquí con el campo, con el ganado, con el estraperlo, aquella época fue muy dura, que aquí donde me ve, menudo que soy, ¡menudo que era para el trabajo!”.
Trabajó mucho y nada más jubilarse el corazón le mandó un aviso. “Pues ahora a cuidarse y a forgar algo por la madera, que yo, de otra manera, estoy bien”.
- Está muy bien; corrobora Aurelia, siempre atenta.
VICENTE Y AURELIA QUE ALEGRIA VEROS QUE ESTAIS BIEN OS LEEMOS DESDE ALICANTE
ResponderEliminarBESOS Y ABRAZOS DE NINO ALICANTE